viernes, octubre 05, 2007

¿Psico qué?

Fue hace ya bastante tiempo, pero por algún motivo me acordé hoy en el ascensor cuando salía del trabajo. Fue como un chiste, de esas anécdotas prefabricadas, estilo "iban un inglés y un francés". Sin embargo, fue real. Me pasó a mí.

Me había decidido, por fín. No sin cierto recelo, no sin ciertos temores, no sin un poco de nerviosismo por los drásticos cambios que pudieran obrarse en mi vida. Pero la decisión estaba tomada.

Una tarde fría y otoñal, cerré las ventanas de casa, me escondí en una esquina, me aseguré de que mi compañera de piso no estaba en casa y cogí el teléfono para marcar un número que tenía garabateado en un papel. Esperé, nerviosa.

Ring...

- Clínica ____, buenas tardes.
- B.. buenas tardes.
- Dígame.
- Y...yo..
- ¿Sí?
- Quisiera pedir cita para (ininteligible)
- ¿Perdone?
- blbllbglgl
- Perdone, no le entiendo
- ...psicoterapia...
- Ajá. ¿El martes a las 19 horas le viene bien?
- S... sí, me viene b-bien.
- Muy bien. Le atenderá el Doctor _____
- Vale..
- Hasta luego.
- A-adiós...

A medida que transcurrieron los días empecé a sentirme un poco mejor. Me relajé. Me vendría bien. Tenía algunos nudos que deshacer en mi cabeza. Además, Si Woody Allen llevaba media vida tumbado en el sofá de su psicólogo, ¿por qué no yo? Cuando llegó el martes estaba preparadísima y concienciadísima para mi primera consulta, como un vikingo berserk corriendo lanza en ristre hacia la batalla. Entré en la clínica con paso ligero, la cabeza alta, la espalda arqueada y una sonrisa de autoconfianza cruzándome la cara.

La recepcionista me miró con recelo.

- ¿Sí?
- Tengo cita con el Dr. ________
- Muy bien, espere en esa salita.

Era un día perfecto, una decisión perfecta y la forma perfecta de comenzar el primer día del resto de mi vida. Por eso no podía ser de otra forma: el doctor apareció apenas dos minutos después. Y no sólo eso: era tremendamente atractivo. Además, no vestía como el típico psicólogo, con corbata, chaqueta de lana y pantalones de pana. Llevaba unos cómodos pantalones de tela ligera y una camiseta oscura que le marcaba los perfectamente torneados músculos de los brazos.

Entré en la consulta embelesada.

Las sorpresas no habían terminado: la consulta era acogedora, con una iluminación suave y grandes láminas a todo color mostrando el cuerpo humano. Junto a una pared había una especie de camilla, que imaginé iría destinada a sesiones posteriores. El apuesto doctor se sentó a su mesa y me indicó un asiento frente a él. Me sentí como en casa, arropada por la confianza que me infundían su inteligente mirada y su varonil sonrisa.

Entré en modo quinceañera obnubilada.

- Bueno, cuéntame.
- Sí, pues... veamos.
- ¿Dónde está el problema?
- ¡¡Oh...!! - reí nerviosa- ¡No sabría ni por dónde empezar!
- ¿Por el principio?
- ¡Claro, por el principio! ¡Ja, ja, ja, ja!
- Je.
- Pues... la verdad es que es difícil de explicar.
- ¿Por?
- Son muchas cosas
- No se te ve tan mal, mujer
- Bueno, bueno... ¡Gracias! ¡Por favor!
- Pero a ver, ¿Qué te pasa?
- Bueno. Creo que es algo que viene de lejos.
- ¿De lejos?
- Sí. Tal vez una educación demasiado estricta, tal vez tanto cambio de residencia... Además, la relación con mis padres nunca fue fluida. Sobre todo con mi madre, chocábamos mucho, ella me exigía muchas cosas, exigía una perfección que yo no tenía, y bueno, es que nunca estaba satisfecha. Supongo que mi padre era un poco igual, con su mentalidad de postguerra y de orden cuasi-militar. Me llenaban de obligaciones. A veces me superaba. El caso es que creo que aún acarreo ese trauma de no poder estar "a la altura", ¿sabe? Y eso me ha afectado bastante en los últimos años. Incluso sexualmente. De hecho no soy capaz de tener un orgasmo vaginal. No sé si tendrá que ver, aunque sé que es perfectamente normal. Les ocurre a muchas mujeres. Pero tal vez el problema es que me exijo demasiado, siempre espero estar a la altura, hacer extremadamente bien lo que hago o no hacerlo, y claro casi nunca lo hago porque aspiro a alcanzar demasiado nivel. A la larga todo se traduce en caos, soy tan tan caótica... y bueno, volviendo a lo del sexo, hay ciertas cosas que descubrí, sobre todo cuando me separé - que esa es otra, claro, pero bueno, esa es otra historia, el caso es que... por ejemplo... ¿cómo puede ser normal que me pongan los curas?

- Perdona.
- ¿Sí? - balbuceé, cogiendo aire.
- ¿Tienes o no tienes un problema muscular?
- Er... no que yo sepa. ¿Por?
- Entonces, ¿Por qué has venido a fisioterapia?

Ni que decir tiene que no volví a esa clínica. Y cuando encontré otro sitio recomendable, me aseguré bien de VOCALIZAR muy bien el tipo de terapia que necesitaba.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

De verdad es una experiencia real???

Porque yo me hubiera hecho el harakiri ahí mismo sin dudar ni un segundo...

Anónimo dijo...

Su puta madre, espero que te tragara la tierra en ese mismo momento. Mi sentido del ridículo me hubiera pasado por encima durante mucho tiempo.

Recuerdo con mucha vergüenza mi experiencia con un psicoanalista de la escuela lacaniana. Siempre me he preguntado cómo pude acabar ahí y por qué tardé tanto tiempo en descubrir que había mejores maneras de aprovechar el tiempo y el dinero (materialista que es uno).

En fin, mejor no pensarlo. Sólo sé que yo también le decía que no tenía orgasmos. También me costó mucho descubrir que la sexualidad, al menos en el sentido convencional, es una de las experiencias más sobrevaloradas que existen.

Buen texto. Es ficticio, pero "me identifiqué con la protagonista" (qué tópica suena esta frase...). Suerte.

Anónimo dijo...

Sta. Anibilis debe acudir inmediatamente a un psicoterapeuta de las "partes de abajo" para que le funcione bien la fisioterapia del "coco". ¿sabeloquequierodecir? eeein!

anilibis dijo...

Eru, Stravrogin:

Me temo que es una experiencia real. Nada de ficticio. Otra cosa es que esas fueran realmente mis neuras. Puede que sí, puede que no... ¡puede que fueran peores!

Jody: más razón que un santo tiene usted.

Anónimo dijo...

¿¿Real!!

Anónimo dijo...

Yo creo que la verdadera psicoterapia es esta, contar lo que nunca se cuenta.

Ojalá todos tuviéramos el valor de hacerlo, porque entonces no le daríamos a situaciones así un valor tan grande como el que creemos que tienen.

Al contarlo, al reírnos, se trivializan (se les da el valor que merecen) y se superan... Nos queremos más a nosotros mismos, nos "perdonamos pecados" que no son tales.

Al fin y al cabo, se trata de hablar, escucharse, ser escuchado y conocernos mejor durante el proceso. Liberarnos... "Confesarnos..." Ganar perspectiva y mirar para adelante.

Una delicia de entrada. Gracias.

anilibis dijo...

Muy bien dicho, Jelbros. Mi padre siempre decía: "En este mundo, el sentido del humor es lo único que nos salva de morirnos de asco". Y el dicho aquel de "me río por no llorar" es una sabia ley que deberíamos aplicar todos.

Sí, sí, real. Lo prometo.

Alicia Liddell dijo...

Los del curro me miran como si me hubiera vuelto loca. Como insistan les paso el post.

Alicia Liddell dijo...

Y encima el tío estaba bueno. Porque si hubiera sido un feto malayo, seguro que usted hubiera reaccionado riéndose de su propia metedura de pata.

anilibis dijo...

Alicia:

Páselo usted, total mi fama ya no puede ser peor...

El caso es que sí me reí. Pero no volví, de todos modos. Acabé yendo a otro sitio donde no había más que un tipo de práctica y no daba lugar a equívocos.

En fin, fue hace año y medio... ya ni se acordarán.
:)

Miguel Sanfeliu dijo...

Seguro que se acuerdan... Seguro que se acuerdan...
Es como el chiste de los pintores.
Muy bueno. Debió ser un mal trago en aquel momento, pero seguro que luego te reíste de lo lindo.
Espero que ya estés mejor.
Un saludo.