miércoles, noviembre 15, 2006

¿...y tu mamá también?

Él había sido mi primer amor. Al menos el primero "real", de esos que se recuerdan detalle a detalle y momento a minucioso momento durante años y décadas.

Recuerdo que nos las dábamos de romanticistas excéntricos: íbamos a remar al Retiro, él con capa y bastón, yo con faldones hasta los tobillos y paraguas reconvertido en parasol; nos citábamos en lugares recónditos de la ciudad mediante mensajes en clave; nos mandábamos cartas conceptualistas e, incluso cuando nos peleábamos, estudiábamos minuciosamente cada comunicación con afán de preciosismo; nos rezagábamos en los asientos del Planetario y juntábamos las manos bajo la luz de las esferas y las galaxias; nos enviábamos postales desde lugares inesperados, para provocar la curiosidad del otro; nos retábamos a ginkanas por la ciudad de noche, buscando tesoros ocultos por el otro, para encontrarnos de madrugada jadeantes en algún lugar extraño, y mirarnos después a los ojos posicionándonos estratégicamente para así recoger el reflejo de la luna llena en nuestras pupilas (porque siempre eran noches de luna llena); esa misma noche, tras brindar con absenta, escribíamos versos delirantes al respecto.

No fumábamos; apenas bebíamos, sólo absenta a sorbitos y por motivos puramente estéticos.
El sexo era siempre inocente, silencioso, pulcro y tímido como un juego de niños.

Teníamos veinte años, sendas melenas brillantes, bastante tiempo libre, demasiados libros de Rimbaud y mucho brillo en los ojos. Lo nuestro fue único e irrepetible, como el delicado reflejo de una libélula sobre un estanque de nenúfares.

Cuando se terminó, porque este tipo de cosas siempre se terminan, creo que estuve tres meses llorando. Me salió una urticaria por toda la cara que se cebó con mi ansiedad, y estuve más de medio año tapándome medio rostro con el pelo.

Y cuando dejé de llorar, me pasaba las horas muertas mirando una pequeña cicatriz que me quedó en la mano izquierda aquel 24 de junio de 1992 cuando una chica me quemó accidentalmente con un cigarrillo mientras paseábamos de la mano por el Paseo Rosales.

Y volvía a llorar.

Muchos, muchos años después recuperamos el contacto. Y nos hicimos amigos. Muy buenos amigos.

Sólo que... algo había cambiado.
Ese pensamento me sorprendió de pronto el otro día en el aquel sórdido bar. Estábamos él y yo apoyados contra la pared, hablando del extraño y heterogéneo grupo de energúmenos con quienes habíamos acudido.. y los subterfugios que se cocían entre ellos.

En resumen, estábamos cotilleando vilmente mientras compartíamos un whiskey con cocacola y un Camel.

Él: Seguro que todos han follado con todos.
Yo: Seguro que existe una trama complicadísima que se podría dibujar, y nos saldría una telaraña.
Él: A ver... tú... ¿a cuántos te has tirado de aquí?
Yo: ¿Contándote a ti?
Él: Claro.
Yo: Pues... a tres. Bueno, cuatro, si contamos a aquella de ahí.
Él: Yo aún estoy esperando a tirarme a esa. Malaputa.
Yo: Te aguantas. Venga, ¿cuántos?
Él: Yo a cuatro también...
Yo: Venga, nombres, dame nombres...
Él: Pues a ver... a ti, a esa de ahí, a esa, y a esa...
Yo: No está mal.
Yo: ¡Ah, y a Paquito!
Él: ¡Ostia, y yo!
Él: Pero no estábamos solos, ¿eh? Estaba mi chica.
Yo: Yo tampoco. Estaban estos dos de aquí.

Nos reímos un rato. Luego llegó el camello ucraniano, en misión de emergencia, y nos interrumpió.

Pero, no sé, no sé, me fui aquella noche a casa con un regusto raro en la garganta.

12 comentarios:

Alicia Liddell dijo...

Va a ser que el romanticismo es una enfermedad juvenil.

Miguel Sanfeliu dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Miguel Sanfeliu dijo...

El anterior comentario lo suprimí.
Hay mucha gente en ese bar y me llega una sensación de soledad, la sombra de un pasado que no volverá.
Saludos.

pazzos dijo...

Con veinte años y con tanto precalentamiento romántico deberíais llegar prácticamente extenuados al primer beso.

beren dijo...

Lo de la extraña tela de araña que une a algunos grupos, pasa también en el grupo que me rodea. Lo que pasa es que ya no lo comentamos, pues ahora hay relaciones estables y siempre hay alguien que se siente bastante incómodo. Pero es divertido cuando alguno se atreve a recordarlo

Anónimo dijo...

Parece que después del romanticismo juvenil llega la dura realidad. O no tan dura.

Adoro tus blogs, ambos.

Anónimo dijo...

Yo sí lo sé -> Es probable que "el regusto raro en la garganta" fuera provocado por el camello ucraniano.
-
Qué bien sienta leerte.
<--1L.-->

la luz tenue dijo...

Todos hemos vivido mucho en los bares, pero a mí me queda de todo aquello un poso de tristeza. Eso sí, tristeza sin camello. Quizás con una Voll-Damm o, como mucho, un vodka con cerveza.

anilibis dijo...

manuel fraga:

¡Usted por estos lares! Quién mejor para saber de duras realidades. Sí señor. :)

¿Seguirá así de oculto?

anilibis dijo...

A los demás, gracias por estar. En serio. Miles.

anilibis dijo...

1L(itro):

Eres un energúmeno. Lo sabes. Aún así, te aprecio mucho. Sí, sí.

Maribel Molina Rey dijo...

Alma de cantaro, como se te ocurre marujear con tu ex primer amor????

demasiado que solo te dejó un regusto amargo y no te volvió a salir el sarpullido de nuevo.

Por cierto encantada de haberte encontrado.