¿Pensaban que todo esto había quedado en un susto?
No.
La tragedia prosigue.
Finalmente, di con un piso que tenía más ventajas que inconvenientes. Las ventajas eran sumamente destacables:
- localización perfecta
- 50 metros cuadrados (es decir, casi el doble del espacio del que dispongo ahora)
- la cama en el suelo
- agua caliente ilimitada
- una nevera donde caben más de 2 botellas
- calefacción
- sólo 55 euros más al mes (es decir, un "módico" precio de 630 euros)
Pensé que era un milagro.
Llamé a la propietaria. Ésta me hizo demasiadas preguntas, pero me apresuré a contestarlas todas como una estudiante aplicada aunque sólo fuera por conseguir ver el piso.
Me dio cita para verlo, pero no sin antes comentar:
- Hay muchos candidatos, te advierto. Busco al inquilino perfecto.
Acudí un poco atemorizada. Apenas tuve tiempo de ver el piso y comprobar que, efectivamente, se ajustaba a mis expectativas. La mujer me hizo sentar a la mesa del comedor y me interrogó a conciencia sobre mis hábitos domésticos, mis horarios laborales, mi vida, mis expectativas, mis aficiones, mi entorno familiar...
Yo, por supuesto, me hice pasar por la Doris Day del Siglo XXI.
Y entonces, empezaron los problemas.
Cuando me pidió que le entregase mi nómina me sentí como el resquicio más hondo del lumpen-proletariat.
- ¿Esto es lo que cobras? (juro que había un rictus de sorna en su mirada)
- Hm... sí.
- Ajá......
Aún así yo QUERÍA ese piso. Estaba dispuesta a pasar por las vejaciones más cruentas con tal de conseguirlo.
- ¿Y sólo para ti?
- Hmmm... sí.
- Ajá...
Ni siquiera la presencia de mi futuro vecino, que tuvo a bien acompañarme, y que tiene mucho porte y emana seriedad (cuando quiere), la amedrentó.
- A mí me gusta que las cosas estén MUY LIMPIAS.
- Sí, claro, también a mí.
- No me gusta que haya FIESTAS RARAS.
- Por dios, qué horror. Ni a mí.
- Ni que haya RUIDOS
- Ni un ruido.
Se despidió sin dejarme apenas ver el resto del piso, y me indicó que fuera preparando un aval bancario de seis meses.
Dos días después, llamó para comentarme que estaba entre los "tres finalistas". Sólo tenía que responder a una serie de "sencillas preguntas" para ayudarla a elegir.
Tragué saliva.
¿Tenía intención de casarme?
¿Tenía intención de tener hijos?
Sin dudarlo un momento, la convencí de mi condición de mujer célibe y baldía cuya única intención en el mundo era trabajar mucho para estar mucho tiempo en su casita y tenerla toda muy limpia. Mary Poppins a mi lado era una fulana.
Medio convencida, me llamó unos días después. Era la candidata número uno y me esperaba en el piso para hablar "una vez más".
Me acerqué con el aval bancario ya preparado y firmado ante notario, lo cual no sólo desterraba a mis míseros ahorros a una prisión obligada en el banco, sino que le otorgaba a ella el derecho de cobrarse sin ningún tipo de justificación.
Se quedó con fotocopia de todo, más la mensualidad de fianza, y me enseñó el borrador del contrato.
Una cláusula lee:
El propietario se reserva el derecho de visitar la vivienda cada tres meses para comprobar el buen estado de ésta, siempre en presencia de los inquilinos.
No sé qué fuerzas nublaron mi cabeza en ese momento, pero TAMBIÉN accedí, aunque le pedí que añadiera: "siempre avisando con al menos cuatro días de antelación".
Para vengarme del todo y ser mala malísima, le pedí también, en un patético alarde de valentía, que se llevara una silla y descolgara los cuadros de la pared.
Me miró como si me estuviera haciendo un favor y añadió que no sólo eso sino que también incluíría una mopa para abrillantar el parquet.
Al marcharme, me dijo:
- Bueno, y ¿tú no tendrás gato o perro, verdad?
- ... no - mentí.
- Bien. ODIO a las mascotas. SOBRE TODO a los gatos.
- ...
Ni que decir tiene que el contrato también tendrá la siguiente cláusula:
Queda terminantemente prohibido introducir animales en la vivienda.
- Ah - me recordó - Fui Presidenta de la Comunidad en este edificio varias veces durante los veinte años que viví aquí. Me llevo MUY BIEN con los vecinos.
Conclusión:
He encontrado piso, pero a cambio de congelar mis ahorros, someterme a una "revisión" trimestral, hacerme pasar por un dechado de virtudes y convertir a mi gatita Elektra en una inmigrante ilegal.
... Pero esto no quedará así.
¿Mandarla al carajo? Sí, supongo que hubiera sido la mejor opción. Todavía juego con la idea. Pero albergo la esperanza de que, si hasta ahora mis dotes interpretativas han funcionado, se olvidará de mí en cuanto acabe la segunda función.
Aunque también pienso que sería un dinero bien invertido si consiguiera espantarla hasta límites insospechados; por ejemplo, rodeando la puerta de lucecitas rojas y colgando un cartel en la puerta que lea "Vanessa's Club", o registrando el piso en las páginas amarillas como oficina central de Al Qaeda, o montando un bisnes de narcotráfico, o pintando las paredes de negro y pentagramas blancos, y recibiéndola con un conejo decapitado en una mano y en la otra un cuchillo, Cradle of Filth a ochocientos decibelios en el estéreo y una docena de personas desnudas - y algún animal cornudo - refocilando salvajemente en el salón mientras profieren alaridos de éxtasis, todos con las palabras "REDRUM REDRUM REDRUM" escarbadas sobre la espalda a machetazos.
No sé, es sólo una idea.
Se aceptan sugerencias.